martes, 9 de abril de 2013

MA. ELENA SOLORZANO



GRUTA DE ESPEJOS

Linfa con palpitación de orquídea
mi ofrenda es un requerimiento
para que mis ansias encamines.

Hiere efervescencias la pezuña.
Arrastra la arena con unción
(detiene al centauro en su galope).

En el despeñadero se demora.
Se posa en mi clavícula,
me sojuzga lentamente.

Beber, yacer en el venero.

El momento se derrama.


Tus manos
develan mis caderas,
enjugan los derrames de mi sexo.

Bálsamo que aguardo,
tus besos recorren mi silueta,
electrizan todos los instantes.

Fauce de obsidiana,
soy la urgencia de tus dedos;
(el candor por siempre me perturba).

Sobre mi frente trazas signos de vida.

Me entrego a las manos de la tarde
(detrás de la cortina  el naranja se desgaja).

Tu deseo, cilicio que rodea mi cintura,
devela los secretos de mis senos.


Tus manos desecan la nostalgia,
en la transparencia del alba se revuelven.

Saben de mis hambres, de mi urgencia.

Conocen el sacro espacio de mi pubis.


Tus brazos recogen mi ternura,
intentan como siempre sosegarme.

Inscritos en la hoja del marrubio,
instalados en el aire de la alcoba,
alimentan mi deseo.

Se confiesan los rumores,
bajo la piel se mueven
sorprendidos peces.

Tus brazos me saben a canela,
a siempreviva huelen.
Me impacta su dureza
aunque  a veces son tan suaves
como  nota de fa  en violoncello.
Trazo signos y vivencias.
En tu torso dejo mi extravío,
los enigmas de la esfinge.

Mi pecho yace en tu costado,
lo dulce de mi lengua te enardece.
Florecen mis  pezones.


El dedo índice dibuja
el nacimiento de un lunar
                                            junto a tu ombligo.

Desciendo.
Un caracol se ahoga en la marisma.

                                 
Me atraen tus axilas.
Acurruco mi cara en su oquedad,
aspiro su olor a níspero maduro,
su vello enmarañado
tibieza de solsticio me trasmite.

Me enervan tus emanaciones
mientras en santidad descansas.

Atravieso tu mutismo.
Rescato del trance tu mirada.


Tu ombligo es un enigma,
la mitad de tu bella geografía,
el punto nodal de tu epidermis.

Buscando una moneda lo recorro,
encuentro la llave clandestina
que  al  centro de tu vientre me conduce.
Allí trasciende la semilla.
Allí los advenimientos nacen
y se ocultan los azogues.

Instante de abiertos tulipanes.

Tu ombligo es alborozo de la tierra  
y no me importan nubarrones
ni murallas en los cerros
ni los  hirientes guijarros de la calle
ni el trueno que rumia la tormenta.


Madura panoja que subyuga,
tus labios buscan en mi vientre
palabras que jamás se han pronunciado.

Para siempre herida 
en el fondo de mi piel y de mi espacio
con mis zumos anhelas bautizarte
y juntos recorremos la distancia
que de nosotros mismos nos separa.
Ni vértigos
ni sombras  ni palabras:
tan sólo hay tocamientos.

Tu boca deambula por mi cuerpo,
se extravía en el zarzal de mis urgencias.
Tu boca, vertedero de amatistas
donde ciegos parlotean los gorriones.

Se esconden las quimeras,
murmuran los fantasmas
sobre el desahucio de la vida.


En la serena espera
del aire descubro el fino pulimento,
el estigma cubierto de violetas.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
Tu voz resuena como pozo limpio,
ocupa en mi vigilia el último reducto
y el primer escalón del sueño.

Tú me llamas
y sólo soy inocente halo de luna,
amargo polvo de alumbre.

Me llamas para unir palabras rotas,
vaticinios y cánticos nocturnos.

Otra vez naceré en la flama,
otra vez seré lúbrica cigarra.


El centauro trota en la orilla del mar,
su cabellera brama con el viento,
refulge su pelambre,
sus cascos se manchan de azul.

Bebo esencia de caléndula,
prendo fuego en mis entrañas.

Mis pupilas lo acosan,
me requiere,
al galope nos perdemos
en la gruta del acantilado
donde humean lo siglos
y salpica de licores el verano.


En las brasas te contemplo.

Tus ojos como hogueras me protegen,
de cobre los secretos entrelazan.

Tu mirada converge con la mía,
gozo los destellos con la pupila abierta.

Tus ojos son abismos,
                                    ataduras, 
                                                     fragmento de mi vida.

El azar ha puesto
ante mí tu iris de gaviota.

Trasminan inquietudes.
Fecundan mis senos con su luz.


En tu espalda, atavíos de agua.
Escurre intemperancia, serpenteo,
exequias de aburrimiento,
sortilegios de caprichos.

A la trasgresión su curva invita.

Como  loba al acecho
mi nombre gruño en tus muslos de marino.

Pulso el tacto desbocado,
me embriago con el agua de tu espalda.

Ninguna contención.
La resistencia se derrite.

En tu piel decanta
la humedad del musgo.


Para reptar sobre tus hombros
en larva me convierto.
                                                                                                                               
Conozco de tu sal y su destello.
Te cubro con mis polvos y carmines.

Alborozada lluvia de centellas
mi trópico atraviesa.


Si me convirtiera en Luna
la noche rastrearía  tu silueta.

Me posaría en tu frente
si tus ojos fueran llama.
Cegaría tus ojos con blancura,
en el lago te ungiría.

La espiga de mi vientre
tendría por fin tu palpitar
entre tus piernas.

Si me convirtiera en Luna,
en rayo que estremece,
volverían tus ojos al asombro.


Panes de amaranto mis pezones.          
Cuando la primavera
vislumbra los brotes del durazno
y la jacaranda se astilla en el morado
tejo contigo redes de lascivia.


Por la calle se esparcen los geranios
(el verde retrocede).

Una mariposa  azul
galantea en el bifurque de caminos.

Nace un manantial
y los líquenes se abren.

Esconde su canto la cigarra,
en las hojas se envuelve
para soñar en  la copulación
de la libélula.                  

Ocurrencias.

Te ofrezco el sabor de la granada.


Cuando vendrá a mi gruta de espejos
el centauro.

Cuándo yacerá sobre mis muslos
y cuándo vendrá a ofrendarme
la savia de sus brevas.


Daga de luz
separa los breñales.
Me brinda su esencia luminosa.

En medio de mi vientre duerme
con los párpados sedientos
al ritmo de mi pulso.
Danza el germen transparente.

El centauro penetra como un ángel
en la gruta y las hogueras.

Surca efervescencias.





 © Ma. Elena Solorzano



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