MUESTRA POÉTICA
Del libro El patio de mi casa. Editorial Letras
Cubanas, La Habana, 1994.
Elena
Ella está
sentada en el centro del universo,
bajo el techo
de guano y a la luz de un quinqué,
ella teje
interminablemente aplicaciones prodigiosas,
fino encaje
que brota de la noche cercana amenazante.
Los alisios
sollozan en los palmares de la entrada,
las tinieblas
se aplastan contra las tablas tercas:
brotan los
mundos todos de los dedos que anudan,
urden los
tejidos nocturnos y ella es el principio
y el fin,
todos los mitos la contemplan.
Ella no es tía
Elena en la sabana silenciosa,
fabricando un
ajuar para unas nupcias enigmáticas.
Ella es la
mitad de la vida y de la muerte.
Es, además,
todo el silencio y la llanura.
Lucía León
Maga del
brote de la luz:
te veo
conjurando benévolos
y domésticos
duendes
aromáticos:
tú siempre
estás parada
frente a la
mesita
de la cocina,
claro espacio
de las ceremonias
entrañables,
círculo mágico
que te contenía
a ti, a mis
sueños,
a la hermana
y al padre:
a la
madrugada
y al café;
así te veo
siempre
desde
cualquier latitud.
Hay palabras
rituales
que te
nombran
tan solo para
mí:
el baúl del cuartico,
la casita del maíz,
el pisito de allá atrás,
la fiambrera, la tinaja,
la tijera prieta
y sobre todo
la mesita de la cocina:
intraducible,
tierna letanía
que me
atraganta
de ternura
mientras te
veo siempre
parada,
siempre al alba,
haciéndonos
café.
Beatriz
Mi niñita recorre el claustro matinal
donde no hay
nunca, ni antes, ni término fatal,
ella flota
ligerísima en los aromas de la infancia,
despliega sus
velos fantasiosos,
estrena las
palabras en una tierra incógnita;
todo está
para ella en su lugar preciso,
y el mundo es
solo como se lo piensa.
Ella me dice “¿me
das un beso para siempre?”
Y “siempre”
se vuelve una sustancia eterna,
un conjuro de
dioses que celebran, algo que no empezó
ni puede
aniquilarse,
no es mi
pobrecito “siempre” atropellado,
es uno que se
acaba de crear,
fórmula
diamantina de la duración
en los
topacios festivos de sus ojos.
Padre y el aire
Quito Suárez, te amé cuando aún no era
sino una
desamparada intersección
de
sensaciones.
¿soy más
acaso, he sido más, alguien es más?
Tu piel es un recuerdo antiguo
perdido en el
origen de la impresión:
estás allá dándome
el agua,
meciéndome en
hamacas nocturnas,
mezclado con
olores vegetales
vagas por los caminos y habitas los palmares.
Tu respiración accidentada
es ahora la húmeda
respiración del
trópico,
opresivamente
perfumada, esclava de la brisa.
El jardín azulenco de tus pulmones fatigados
asciende en
un lentísimo
y desciende a
los pozos de brocal
donde crece
el helecho y se apega la hiedra;
siento el
fragor de tus alvéolos,
el difícil
intercambio de gases
entre tú y el
universo,
lo escucho en
el mediodía virulento,
canicular,
trepidando vapores,
entre los
pliegues de aire incendiado
que
transcurren frente a los ojos
del paseante
en asfixia,
es como un combate de guerreros flameantes
o como un
torneo de humedades temibles,
blandamente
corrosivas y amenazantes.
Eras el olor
del llavero y el tabaco,
un regusto a
café todas las horas,
una suave
marea de bondades,
una energía
generosa y extrañamente
autoritaria
de repente,
cuando algo
amenazaba la piel
de los que
amabas, o sus almas.
Eras un montón
de sueños pospuestos,
una inminente emoción que nunca se excedía,
con raíces
hundida en el tango,
en los
lagrimones orondos de los treinta,
en la décima,
el laúd y la tierra.
Eras de
cuando en cuando un hombre que se ahogaba,
Con pulmones
malditos, peleados con el aire.
Tenías entonces la grandeza terrible
de un
agonizante, reclinado en la mesa
librabas
batallas sordas con ángeles morados
que te
bloqueaban el aliento
y cuando
parecía que iban a ganar
se retiraban
y te dejaban laxo y aquietado.
Quito Suárez, suave varón asmático
de mi
comienzo, de mi remota partida
de tu entraña:
el ronroneo de tus pulmones
me acompaña
en los ascensos
olorosos de
la noche, por la escala húmedas
de las
azoteas lluviosas, en este instante
en que gotea
la intemperie y las plantas frías
transcurren
en un aire acuoso,
te siento a
mi lado entero,
dramático e
intenso, padre, amado.
Noni
Hermana, siempre te mueves sobre fondos
azules. Las
cuatro calles de Vereda
son el
Pentagrama de la Ternura
por donde te
mueves tú con nuestra infancia,
con mima y
papi, con los tíos
grandes-hacedores-de-maravillas.
Caminas y detrás de ti se van moviendo
verbenas y
procesiones, caballitos,
sillas
voladoras, estrellas giratorias,
fuegos
artificiales, la primera declaración
de amor, el
brote imperioso de los pechos,
el primer
desengaño.
Hermana, siempre te mueves sobre fondos
azules. Detrás
de ti el aire de la llanura,
el oleaje de
la yerba, los mediodías
dulzones, la
casita del maíz,
Vereda con
sus palmas.
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© Carmen Suárez León
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