martes, 16 de abril de 2013

CARMEN SUÁREZ LEÓN


MUESTRA POÉTICA


Del libro El patio de mi casa. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994.

Elena

Ella está sentada en el centro del universo,
bajo el techo de guano y a la luz de un quinqué,
ella teje interminablemente aplicaciones prodigiosas,
fino encaje que brota de la noche cercana amenazante.
Los alisios sollozan en los palmares de la entrada,
las tinieblas se aplastan contra las tablas tercas:
brotan los mundos todos de los dedos que anudan,
urden los tejidos nocturnos y ella es el principio
y el fin, todos los mitos la contemplan.
Ella no es tía Elena en la sabana silenciosa,
fabricando un ajuar para unas nupcias enigmáticas.
Ella es la mitad de la vida y de la muerte.
Es, además, todo el silencio y la llanura.


Lucía León    

Maga del brote de la luz:
te veo conjurando benévolos
y domésticos duendes
aromáticos:
tú siempre estás parada
frente a la mesita
de la cocina,
claro espacio de las ceremonias
entrañables,
círculo mágico que te contenía
a ti, a mis sueños,
a la hermana y al padre:
a la madrugada
y al café;
así te veo siempre
desde cualquier latitud.
Hay palabras rituales
que te nombran
tan solo para mí:
el baúl del cuartico,
la casita del maíz,
el pisito de allá atrás,
la fiambrera, la tinaja,
la tijera prieta
y sobre todo
la mesita de la cocina:
intraducible, tierna letanía
que me atraganta
de ternura
mientras te veo siempre
parada, siempre al alba,
haciéndonos café.



Beatriz

Mi niñita recorre el claustro matinal
donde no hay nunca, ni antes, ni término fatal,
ella flota ligerísima en los aromas de la infancia,
despliega sus velos fantasiosos,
estrena las palabras en una tierra incógnita;
todo está para ella en su lugar preciso,
y el mundo es solo como se lo piensa.
Ella me dice “¿me das un beso para siempre?”
Y “siempre” se vuelve una sustancia eterna,
un conjuro de dioses que celebran, algo que no empezó
ni puede aniquilarse,
no es mi pobrecito “siempre” atropellado,
es uno que se acaba de crear,
fórmula diamantina de la duración
en los topacios festivos de sus ojos.


Padre y el aire

Quito Suárez, te amé cuando aún no era
sino una desamparada intersección
de sensaciones.
¿soy más acaso, he sido más, alguien es más?
Tu piel es un recuerdo antiguo
perdido en el origen de la impresión:
estás allá dándome el agua,
meciéndome en hamacas nocturnas,
mezclado con olores vegetales
vagas por los caminos y habitas los palmares.
Tu respiración accidentada
es ahora la húmeda respiración del
trópico,
opresivamente perfumada, esclava de la brisa.

El jardín azulenco de tus pulmones fatigados
asciende en un lentísimo
y desciende a los pozos de brocal
donde crece el helecho y se apega la hiedra;
siento el fragor de tus alvéolos,
el difícil intercambio de gases
entre tú y el universo,
lo escucho en el mediodía virulento,
canicular, trepidando vapores,
entre los pliegues de aire incendiado
que transcurren frente a los ojos
del paseante en asfixia,
es como un combate de guerreros flameantes 
o como un torneo de humedades temibles,
blandamente corrosivas y amenazantes.


Eras el olor del llavero y el tabaco,
un regusto a café todas las horas,
una suave marea de bondades,
una energía generosa y extrañamente
autoritaria de repente,
cuando algo amenazaba la piel
de los que amabas, o sus almas.
Eras un montón de sueños pospuestos,
una inminente emoción que nunca se excedía,
con raíces hundida en el tango,
en los lagrimones orondos de los treinta,
en la décima, el laúd y la tierra.


Eras de cuando en cuando un hombre que se ahogaba,
Con pulmones malditos, peleados con el aire.
Tenías entonces la grandeza terrible
de un agonizante, reclinado en la mesa
librabas batallas sordas con ángeles morados
que te bloqueaban el aliento
y cuando parecía que iban a ganar
se retiraban y te dejaban laxo y aquietado.

Quito Suárez, suave varón asmático
de mi comienzo, de mi remota partida
de tu entraña: el ronroneo de tus pulmones
me acompaña en los ascensos
olorosos de la noche, por la escala húmedas
de las azoteas lluviosas, en este instante
en que gotea la intemperie y las plantas frías
transcurren en un aire acuoso,
te siento a mi lado entero,
dramático e intenso, padre, amado.


Noni

Hermana, siempre te mueves sobre fondos
azules. Las cuatro calles de Vereda
son el Pentagrama de la Ternura
por donde te mueves tú con nuestra infancia,
con mima y papi, con los tíos
grandes-hacedores-de-maravillas.

Caminas y detrás de ti se van moviendo
verbenas y procesiones, caballitos,
sillas voladoras, estrellas giratorias,
fuegos artificiales, la primera declaración
de amor, el brote imperioso de los pechos,
el primer desengaño.

Hermana, siempre te mueves sobre fondos
azules. Detrás de ti el aire de la llanura,
el oleaje de la yerba, los mediodías
dulzones, la casita del maíz,
Vereda con sus palmas.


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© Carmen Suárez León




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